Era el último día completo de nuestro viaje, ya que al día siguiente debíamos coger el avión que nos hiciese regresar a la rutina, de modo que si algo no me quería perder, era Central Park.
El día despertó completamente soleado, por lo que era perfecto para nuestros planes. A primera hora, tras el desayuno de rigor, tomamos el metro hacia Battery Park, situado en el extremo sur de Manhattan, donde debíamos abordar un Ferry que nos llevase a Liberty Island, para visitar a Miss Liberty.
Battery Park recibe este nombre por la batería de cañones que los británicos agruparon allí, para defender Manhattan durante el s. XVII. En este parque se encuentra el Castle Clinton, fuerte que se construyó para evitar un ataque de las fuerzas británicas en 1812, pero ha tenido distintas funciones como recepción de inmigrantes, espacio para conciertos o, actualmente, la venta de entradas para el Ferry con destino a Liberty y Ellis Islands.
A pesar de que llegamos bastante temprano ya había bastante cola para subir al ferry, pero después de unos 40 minutos pudimos acceder al ferry tras pasar nuevamente por un completo control de seguridad, para poder ver más de cerca la Estatua de la Libertad. Sabíamos que únicamente íbamos a poder estar a sus pies, dado que el acceso a la corona lleva un año cerrado por obras; pero aún así, no queríamos perdernos la ocasión de contemplarla más de cerca. Sin lugar a dudas, mereció la pena.
La siguiente parada del ferry era Ellis Island, pero debido a que se nos hacía un poquito tarde para todo lo que queríamos ver en nuestro último día, hubimos de conformarnos con verla desde el barco. Allí es donde llegaban todos los inmigrantes que deseaban acceder a Manhattan entre 1892 y 1954; Se estima que alrededor de 12 millones de inmigrantes pasaron por sus instalaciones; actualmente, unos 100 millones de norteamericanos descienden de aquellos pioneros de antaño.
Habíamos planeado un pic-nic en Central Park, así que tras bajarnos de nuevo en Battery Park, cogimos el metro con destino Columbus Circle, en el ángulo suroeste del gran parque. Aprovechamos para dar una vuelta por los alrededores, antes de adentrarnos en él.
Por fin nos adentramos en Central Park, uno de los sitios que más ganas tenía de visitar ya que en mi anterior viaje a la Gran Manzana se quedó pendiente. El parque es espectacular en esta época del año, los colores del Otoño lo convierten en un escenario sacado de película.
Central Park es el pulmón de Manhattan con sus alrededor de 3,5 km cuadrados de extensión. Jardines, lagos, monumentos... todo un placer para la vista. Sin duda merece una entrada aparte, por lo que simplemente os dejo en compañía de unas fotos.
Para cuando nos quisimos dar cuenta había anochecido, así que nos dirigimos, una vez más dando un paseo, al Empire State para grabar en nuestras retinas la imagen más espectacular de toda la ciudad, el paisaje nocturno de Nueva York contemplado desde el mirador del famoso rascacielos.
Tuvimos la gran suerte de no encontrar ninguna cola para acceder al edificio, por lo que en unos pocos minutos estabamos disfrutando de las vistas en el piso 86 del Empire State.
Tras permanecer arriba alrededor de media hora y casi temblando de frío, decidimos bajar. Recomiendo a quien vaya a subir al mirador que se abrigue bien, puesto que suele hacer varios grados menos en comparación con la temperatura de la calle y el viento es considerable.
Era ya cerca de medianoche, por lo que tras cenar en un Wendy´s regresamos pasito a pasito al hotel, para acostarnos por última vez en la ciudad que nunca duerme.
Good night NY!